El Prof. Lic. Mariano Acosta analiza la caducidad de “viejos” oficios y cómo algunos han logrado la supervivencia en la era de la tecnología.
Toy Story 1 [1995] es la primera película animada completamente con efectos digitales de la historia del cine. El argumento podría resumirse en que la familia de Andy se mudará de casa y los juguetes hacen una reunión para afinar los últimos detalles de la mudanza. Al término de la reunión recuerdan que ese día era el cumpleaños de Andy, la mayoría de los juguetes tienen miedo de ser reemplazados por algún nuevo regalo que reciba el niño.
Woody, vaquero y juguete preferido de Andy, llama a la calma y envía a un grupo de soldaditos verdes a la fiesta de cumpleaños para que nombren los regalos que reciba el niño. Cuando todos los regalos se acaban y ningún juguete ha aparecido, la mamá de Andy saca un regalo que tenía escondido y se lo da al niño sin que esto pueda ser informado por los soldaditos a los otros juguetes, quienes vuelven a sus posiciones inmóviles ya que Andy sube corriendo a su habitación.
El regalo que recibió Andy es un juguete llamado Buzz Lightyear, una figura de acción espacial basada en el protagonista de una serie de televisión. Buzz Lightyear es un “guardián espacial” que en su brazo derecho tiene una pequeña luz roja, imitando a un láser, posee un casco y alas retraíbles y botones en su pecho que si son apretados producen sonido. Una verdadera amenaza tecnológica que puede reemplazar al clásico vaquero.
Hasta los juguetes de la ya veinteañera primera entrega de Toy Story sabían que estábamos en un momento de cambio. Sin embargo, este no es primer desafío que le presenta la tecnología a la humanidad. Hagamos un repaso por los oficios que terminaron obsoletos.
Por el 1300 al pasar del reloj de sol al mecánico, los campaneros terminaron de hacer sonar las campanas. Actualmente los toques se realizan por medios electromecánicos, en algunos casos hasta regulados por un ordenador conectado vía satélite al GPS para mantener la hora correctamente. O como en nuestra Iglesia Parroquial donde el sonido de campanas llamando a Misa, anunciando algún servicio fúnebre o en la noche de víspera de Pascua se propagaba, primero, por bocinas ubicadas en una torre conectadas a un tocadisco con púas y, luego, a un sistema más moderno con CD que recientemente fuera reemplazado por un pendrive.
En el 1400 Gutenberg apostó ser capaz de realizar con calidad artesanal varias copias de la Biblia en la mitad de tiempo de lo que podría tardar en hacer una copia el más rápido de los copistas del momento. Para ello confeccionó moldes en madera de cada una de las letras del alfabeto, rellenó los moldes con hierro y creó de este modo los primeros “tipos móviles”. Para que coincidiesen todas, construyó 150 “tipos”, imitando perfectamente la escritura de un manuscrito, que se unían formando el texto a través de un soporte rápido y resistente. Había comenzado un nuevo tiempo: el de la imprenta. Y ella se llevó puesto al oficio de los copistas.
A fines de 1800 y principios de 1900 llegó el agua corriente a los hogares. Hasta entonces en la capital de nuestro país –que contaba con unos 40.000 habitantes- se había desarrollado un reglamento para los aguateros [que en su mayoría eran esclavos negros] en el que se disponían los puntos de carga del agua del Río de la Plata, hasta que brotes epidémicos hicieron necesario traer el agua río arriba, lejos de la costa.
Mientras no hubo cañerías que transportaran el vital elemento a las casas, el aguatero fue un personaje muy importante: las personas dependían exclusivamente de este señor para beber y asearse. Con la llegada del servicio de agua potable a principios de 1900, el oficio de aguatero empezó a caer en desuso y desapareció.
Antes de la electricidad, el gas era el medio más popular de la iluminación en las ciudades y barrios. Era una tecnología bastante difundida y económica. Al principio las farolas de gas tuvieron que ser encendidas a mano, pero al cabo de unos años las farolas se pudieron encender por sí mismas. En Buenos Aires, fue a inicio de 1930 cuando la última lámpara a querosén fue encendida por un “farolero”.
Aunque siguió habiendo hieleros hacia medidado del siglo 19, su oficio perdió sentido cuando nacieron los sitemas de refrigeración doméstica a principios del mismo siglo. En España, por ejemplo, la heladeras tal y como las conocemos comenzaron a comercializarse hacia 1939.
En el mundo, pasado 1920, las compañías telefónicas comenzaron a abandonar las centrales de conmutación manual que precisaban la intervención de telefonistas para establecer la conexión.
Wikipedia, la enciclopedia libre [en alianza con Google] terminó con legiones de vendedores de enciclopedias. Las plataformas de video on line [y las series y sus temporadas] mandaron al cajón de los recuerdos a más de un videoclub. Tal como éstos antes habían hecho con los cines de gran tamaño. El caso más emblemático es la desaparición de Blockbuster: la cadena más grande del mundo de servicios de alquiler de videojuegos y películas. En su punto más alto de expansión comercial [2004] Blockbuster tenía más de 60.000 empleados y 9.000 tiendas a nivel mundial. Hoy es recuerdo.
Las grandes superficies comerciales, la fabricación industrial, la obsolescencia de los productos por el avance de la tecnología aparecen como los principales enemigos de los “viejos” oficios. Algunos, sin embargo, sobreviven gracias a la falta de competencia en sus respectivos sectores —“cada vez vamos quedando menos”—, el creciente gusto por la calidad, lo artesano y tradicional, o la utilización de diversas estrategias en Internet, desde páginas web a canales de YouTube, para promocionarse y vender sus productos.
Prof. Lic. Mariano Oscar Acosta
Columna publicada en la Revista Sintonía y en www.radiocanal.com.ar.